
Dentro del quehacer cotidiano en nuestro trabajo en las comunidades siempre nos encontramos con numerosas realidades, muchas de ellas satisfactorias, aunque otras tantas son una pena... una pena que no podamos hacer gran cosa, o si lo intentamos siempre encontramos trabas. El campo mexicano es un verdadero mosaico de todo aquello que en verdad vale la pena: cultura, tradición, misticismo, orgullo, valor, gastronomía; en fin faltan palabras para expresar lo que despierta en un servidor aquello nuevo que voy conociendo, pero que desafortunadamente "la gente de razón" vamos desplazando.
En la sierra ya encontramos muchos extranjeros y profesionistas, pero de que servimos??? Al terminar de subir grandes cerros cubiertos de exuberante vegetación encontramos localidades llenas de gente y niños corriendo a las faldas de sus madres. Alguna vez tuve que asistir a una comunidad y entré a la escuela local, alumnos y alumnas sentados en sus pupitres, muy pobres, del único salón. En las sombras, los brillantes y curiosos ojillos negros, las dulces caras con fuertes rasgos de esa raza grave y digna (tal y como son en general los indígenas), los bracitos delgados saliendo de sus ropas limpias pero percudidas y muchas veces remendadas, se movían inquietos. Escenas que uno tiende evitar y en la cual mucha gente se rehúsa a pensar, porqué??? Porque devela la vida llena de falacias en la que vivimos; algo que en particular me tiene terriblemente avergonzado...
Pero las buenas personas indígena invariablemente han sido grandes luchadores, ya sean desde Rarámuris, hasta Mayas, van realizando esa ardua labor de sacar triunfales (simplemente de hacer vivir) a los niños, a las mujeres y a sus viejos de sus familias. De eso si debemos enorgullecernos, no de banalidades.